Desde hace unos días me resucitan los muertos. Cuando abro el cajón un difunto elegante me da los buenos días quitándose el sombrero y algunas noches una abuela de melena blanca llamada Edná me recita leyendas en una lengua que no entiendo. Cuando acaba me desea dulces sueños y juega a tomar el té con el señor del cajón, tan refinado.
Hay dos que se cuentan chistes en una esquina. Y un querubín dorado que se ríe balanceándose en la lámpara.
Algunos me piden que les mande mensajes a sus novias y es por eso que agoté mi saldo hace unos días. Otros más tradicionales escriben cartas de amor a sus amantes: Valentina, quise darte todo, créeme que quise y si no te di nada fue por no herirte. Valentina, que muerto y todo te quiero y tú lo sabes, que espero el día en que muerta también tú, tampoco dejes de quererme. Enciéndeme una vela para que pueda verte cuando te desnudas, te velaré el sueño y contaré los días, Valentina...
De entre todos hay uno que es mi preferido a pesar de que me debe unas monedas y nunca me cumple las promesas. Fue un joven valor de la literatura moderna. Dejó de escribir, se le secó la pluma y se le acabó la rabia. Dice que fue feliz pero lo dudo, una vez renunció a un amor correspondido por no ser, en absoluto, literario y desde entonces escribió lemas publicitarios, dedicatorias en los libros de los enamorados, discursos que acaparaban la atención de los clarividentes y de los índices de audiencia. Debe venir de un deceso reciente porque desprende todavía calor y cuando se hace el dormido saborea una lágrima diminuta de nostalgia y a menudo se le caen de los bolsillos piedrecitas de colores que afanosamente vuelve a guardar como un tesoro. Me habló de dinosaurios últimamente y de no sé qué sesuda teoría que no sirve para nada. Dice que no quiere morir pero amenaza con hacerlo cuando se pone tragicómico. No sé si no lo sabe o no quiere admitirlo, está más muerto que vivo y sin embargo ha empezado de nuevo a escribir cuentos, ahora que la barrera es insalvable y ninguna editorial de renombre admitiría un original tan complicado.
Comentarios
Los muertos, mejor dejarlos en la tumba. Y si consiguen levantarse y aparecer ante ti, la mejor táctica es ignorarlos. No es una buena estrategia entablar conversación con un muerto: llegará un momento en que asumirá su muerte, se irá definitivamente y su ausencia repentina y repetida te hará sufrir de nuevo...
Y peor todavía si habla de dinosaurios. La gente que habla de dinosaurios no es de fiar... Te lo dice alguien que no solo hablaba sobre ellos sino que incluso llegaba a escribir cosas que la gente se creía...
Y, para terminar, no sé cómo alguien puede renunciar a un amor correspondido... A no ser que realmente no fuera amor bicéfalo, sino unidireccional. Suele pasar... Por eso mejor encarcelar al cardias y prohibirle relacionarse.
De todas maneras, no hagas mucho caso a nada de esto... Mi cerebelo falto de muchas horas de sueño aún anda lleno de imágenes y sonidos tarantinianos, y eso no es nada bueno para funcionar correctamente.
Besotes.
Me encantan sus letras.
Yo tenía muertos en los cajones, hasta que un día los saqué, los monté en un barco de papel y los mandé río abajo. Alguno se habrá quedado, seguro.
Aprovecho para hacer dos reflexiones sobre los muertos:
1)Algunas de las personas más interesantes que he conocido estaban muertas.
2) O como dice John Stuart Mill, en la entrada del 6 de abril de 1854 de su Diario (que empezó a escribir a la muerte de su mujer): "No es sorprendente que, en épocas de ignorancia, se supusiera que el principal instrumento en las artes de un mago eran los libros. Los libros son una verdadera magia, o mejor dicho, una nigromancia: una persona hablando desde el mundo de los muertos, exponiendo sus sentimientos más sinceros y sus más graves y recónditos pensamientos".
:)